miércoles, 1 de noviembre de 2017

NUNCA ES TARDE PARA LA MELANCOLÍA

La acción política, para los de mi generación, era un compromiso cívico ante la dictadura en la que nacimos y vivimos, y ante la ausencia de derechos y servicios públicos ausentes cuando entonces.
Durante los años de aprendizaje muchos fuimos los que adquirimos una obligación moral para con aquella realidad y veíamos la necesidad urgente de recuperar la democracia cuanto antes para recuperar así aquellos derechos de ciudadanía. Y vimos en la acción política -y en el mundo de las ideas progresistas- la necesaria salida a tan triste y cruel realidad.
La política democrática, al fin conquistada en los años de la transición, nos convirtió en ciudadanos. Y la acción política de nuestros representantes la ejercían como tal representación, en función de una determinada ideología y posición política. Por tanto, ejercer como representante político de los ciudadanos necesitaba de un proyecto político, de unas ideas y de un contrato para con sus electores…
Todo esto más o menos ha funcionado, más allá de esporádicos y concretos casos de corrupción política que la ley, aunque tarde y muchas veces mal, ha atajado siempre.
Pero lo visto estos días en referencia al asunto catalán es tan novedoso como impresentable y siniestro. Un señor que ha cometido un presunto delito de rebelión o de sedición, según todos los indicios, ha huido del país, abandonando a sus electores, para intentar salvarse de la posible cárcel como consecuencia de sus graves delitos. Y ha intentado el asilo político, cuando en España hay democracia, no una dictadura, y cuando ha sido aquel señor el que se ha saltado la ley y ha llevado a cabo un golpe de estado institucional, arrogándose poderes que no poseía y huyendo cual cobarde de aquel Estado de Derecho que ha soliviantado…
La acción política representativa y democrática fue siempre, y lo seguirá siendo, la actividad de mayor dignidad para un ciudadano decente, cual la de ejercitar un servicio público hacia los demás. Pero el caso Puigdemont ha demostrado que también hay gente para todo lo peor de aquella actividad política representativa, cual abandonar todos los principios, no asumir responsabilidades cuando uno se equivoca, y romper el pacto con los ciudadanos a los que se representa.
No, nunca es tarde para la melancolía… Pero ojalá caiga sobre este hombre todo el peso de la ley. Y pronto.


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