martes, 31 de agosto de 2021

MÁLAGA, PUES ESO...

A Málaga nos trajeron cuando yo apenas tendría 4 años o así para estudiar, toda vez en Coín, en el pueblo, no había donde hacerlo, salvo academias privadas limitadas…
Las niñas, al Colegio de El Monte, donde la tía África García, la mayor de las hermanas de mi padre, era la madre superiora tras licenciarse en Químicas e ingresar como monja en la orden de La Sagrada Familia de Burdeos, creo recordar que se llamaba la orden; los niños, al Colegio de san agustín, donde mi padre y sus hermanos fueron antiguos alumnos…
Vivíamos en calle Cárcer, esquina con calle Álamo. Los niños íbamos al colegio andando (por entonces el colegio estaba en la Calle de San Agustín, al lado del hoy Museo Picasso). Las niñas tenían que coger el autobús hasta Conde de Ureña, donde estaba el colegio de El Monte…
Los fines de semana y en vacaciones volvíamos al pueblo, a Coín, donde siempre queríamos estar. Málaga, hasta que terminamos el bachillerato (en mi caso, hasta Preu: fui el último curso de Preu; al año siguiente ya fue el COU), era el horror, el colegio maldito, el miedo, el frío de aquel colegio y el temor a curas reaccionarios y sádicos en su maldad: eran expertos en el maltrato psicológico, cosa que hacían conmigo constantemente, quizás el peor de los maltratos. Muchas veces me digo que demasiado bien estamos los de mi generación que tuvimos la desgracia de estudiar en colegios de curas en aquellos temerosos y oscuros años del final de la posguerra…
En suma, Málaga apenas la vivimos: del colegio a casa y de casa al colegio; salvo los fines de semana que regresábamos a la libertad de Coín o, en vacaciones, a la casa y al campo de Tolox…
Nunca viví la Málaga de verdad salvo ya en mi juventud durante los años de universidad; seguía volviendo al pueblo muchos fines de semana, pero ya disponía de más libertad y más necesidad de vivir la ciudad… Y descubrí la Málaga cosmopolita que adoré siempre; atrás había quedado la Málaga siniestra del colegio, la Málaga sucia de calle Beatas o calle Granada, donde la ciudad era un asco en suciedad y borrachos malolientes por las esquinas… Al fin, pues, descubrí la Málaga que pronto se dispondría a asumir su futuro en democracia, en paz y en libertad. Y tras las elecciones municipales y el triunfo del PSOE en las elecciones generales de 1982, Málaga, con su Alcalde Pedro Aparicio al frente, inició un proceso de avances y desarrollos como nunca antes…
Pronto tuve que abandonar la ciudad por mor de los trabajos, pero ya me había reconciliado con la ciudad del paraíso como la llamó Vicente Aleixandre…
Y me instalé en Sevilla, quizás la ciudad más hermosa de España pero con un clima espantoso al que nunca pude adaptarme, más allá de bastante acatetada por entonces y mucho menos cosmopolita que mi Málaga. Y así fue pasando el tiempo: a Málaga regresaba poco y de hacerlo iba a ver a madre que vivía en el pueblo toda vez abandonó Málaga tras terminar los estudios nuestro hermano más pequeño…
En Sevilla, entre años universitarios y laborales he estado 30 años, más o menos; digo siempre que Sevilla es mi ciudad, toda vez la he vivido, la he sentido, la he sufrido y la he amado durante el más largo período de mi vida…
Hace unos años decidí dejar Sevilla cuando tuve oportunidad para ello: una enfermedad crónica pulmonar me obligó a dejar la ciudad de mariasantísimadetodoslosdolores y su dañino clima… Y me instalé en un apartamento que tenía en la Costa del Sol, en Mijas Costa. Muchas noches bajaba a Málaga donde el reencuentro de nuevo con la ciudad y con los amigos eternos que me acogieron como si nunca me hubiese ido de la ciudad, cosa que no he sabido nunca agradecerles lo suficiente. Y noté que aquella Málaga cosmopolita había cambiado y había iniciado un camino cercano al de Sevilla en muchas cosas: el 'ombliguismo', el 'capillismo', y el abanderamiento de culturas folklóricas ajenas a la Málaga marinera y más cercanas a lo rural y ajena a la Málaga cosmopolita que soñaba…
Aún así, acabé vendiendo el apartamento de la costa de Mijas y me instalé en el centro de Málaga, justo un mes antes del inicio de la pandemia que nos confinó en casa durante largos meses… Y en aquel primer mes fui descubriendo la verdadera Málaga, que aunque ya no era la de mi juventud, al menos mantenía su gran privilegio: un clima en invierno extraordinariamente único y gozoso… Lo que sí me sorprendió -y repito- fue su deterioro en la educación colectiva; quizás el escaso nivel cultural y social del turismo de masas que nos visita sea el culpable, lo cierto es que Málaga ha perdido mucho de su cosmopolitismo para convertirse forzadamente en una aspirante a ciudad cultural de museos deficitarios y forzados y con planes de marketing y comerciales desfasados y demodé: Málaga es mucho más que El Pimpi y Antonio Banderas y la Legión en Semana Santa…
Y para nota y asombro el debate sobre el nuevo edificio en la terminal del puerto donde los cruceros atracan… Reconozco que amo los rascacielos cuando son hermosas obras de arte, no meros edificios altos de viviendas ad hoc, que algunos también… Y estoy dispuesto a que se me argumente en su contra; pero claro que el argumento de defensa de La Farola, cuando si algo han hecho de La Farola es matarla de ojos y vida desde hace ya décadas, pues eso, que uno se queda de piedra… Y otro argumento es que desde la bahía se rompe “la vista histórica y monumental” de Málaga…
Vaya!!! ¿Desde cuándo Málaga es una ciudad monumental? Ahora me entero… ¿Y cuántas veces al año salimos los malagueños a navegar la bahía?
Málaga siempre fue una ciudad costera, que vivió de espaldas al mar, limitada por los montes y que su gran valor fue y es su bendito clima, único en el mundo dentro de un espacio, el europeo, donde seguridad jurídica y otros asuntos… Pero los especuladores acabaron con la gallina de los huevos de oro y hoy Málaga, aunque sigue manteniendo aquel extraordinario clima, ha perdido la posibilidad de haberse convertido en una nueva Costa Azul francesa, con mejor clima y más glamouroso que aquella en su decadencia de hoy… Pero venir de donde venimos y vivir los ‘pelotazos urbanísticos’ vividos nos han llevado a esta situación donde el deseo no es realidad…
Y claro, desde la Málaga eterna, aquella que como la de Sevilla, a la que imita, se mira el ombligo, pues nada: a oponerse al futuro, a la modernidad, porque de lo contrario se acaba con la esencia de la Málaga de toda la vida…
¡Qué pena de Málaga con tantos malagueños!, que diría Don Antonio Machado: “-¡qué pena de Sevilla con tantos sevillanos!”. Libro facsimil “Los Complementarios”)
Pues eso...




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