viernes, 26 de agosto de 2016

REFLEXIONES EN LA TARDE...

Nunca me creí importante; tanto en el plano personal como profesional siempre acepté lo que era o fui sin darme mayor importancia que la que requería para sobrevivirme y hacer bien las cosas conforme mis dotes y experiencia; aunque, es cierto, mi verdad, mi visión del mundo, mis ideas, siempre las defendí con la radicalidad de mi convencimiento: sólo fui realmente leal a mi visión del mundo, que entre otras cosas significó siempre respetarme y no defraudarme a mí mismo... Si nos engañamos a nosotros mismos sólo somos impostores ficcionando una mentira que sólo conduce a mentiras mayores... Y si hay alguien al que nunca podremos mentir es a nosotros mismos, aunque a veces lo intentemos...
Quizás nunca me consideré importante por pertenecer a una familia con muchos hermanos y venir al mundo en aquellos años difíciles y llenos de silencio. Y quizás, también, porque mis mayores me enseñaron a valorar que a pesar de todo éramos unos afortunados si mirábamos relativamente cerca ya que siempre habría alguien en peores condiciones físicas, económicas o morales; una enseñanza que me condujo inevitablemente a una cierta comprensión del mundo real y a una inequívoca compasión y solidaridad, y a dar gracias siempre al dios del azar por la fortuna de venir al mundo de aquella manera que vine...
Aquella suerte, aquel azar, me distanciaba de la mucha sordidez del otro mundo de los silencios y las derrotas, lo que me llevó a un cierto ensimismamiento y soledad que han sido una constante en mi vida como la reacción natural a un frontal rechazo del mundo de entonces con tantos desposeídos de casi todo...
Es cierto, nunca me creí importante; sólo necesité de una suficiente y escasa soberbia para sobreponerme ante el mucho desamparo y soledad que sentía a veces, sólo a veces...
Sí, yo vengo de ese mundo sórdido de derrotas, de soledades y de silencios, pero siempre me inventé otro: mi mundo lo construí y lo defendí, como tal y mío, con la radicalidad de una revelación total y redonda; sin aristas, sin fugas, sin fisuras ni temores al error...
Porque uno de los principios que sustentaban aquel mi mundo era, y es aún, que todo es muy relativo salvo la bondad, que es clara y meridiana o no existe, y sólo hay mentira y/o maldad...
Afortunadamente, siempre he tenido más gente buena y sencilla que mentirosos y malos a mi alrededor, lo cual celebro a diario... Aunque es verdad también que nunca supero del todo el cruzarme con una nueva constatación de que la maldad sigue existiendo en muchas de sus formas; como la soberbia desmedida, la mentira como método, y la vanidad como supremo bien que guía aquellas vidas desoladas y huérfanas de hermosura...


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