sábado, 10 de julio de 2021

CON MORRIÑA, OTRA FORMA DEL JET LAG

Llevo ocho días en Málaga desde mi regreso del noroeste de España, allí, donde, en su última tierra septentrional, unos acantilados asombrosos y vertiginosos por imposibles en sus formas, me conmovían a diario…
Y como siempre me sucede en los últimos días antes de todo regreso, ya presentía la necesidad de volver hasta gozosamente… Pero también, como también siempre me sucede, me temía que sucedería como ha sucedido: llevo ocho días en los que sólo soy un trapo; estos calores y este paisanaje me pueden, me matan y me anulan…
No, no soy persona, no me sostengo, no me reconozco…
Han sido casi dos meses en otro mundo; sosegado, discreto, digno… Y donde tierra y gente concuerdan y la vida fluye sin sobresaltos… Allí, donde el clima y el tiempo que lo lleva ayudan a una certeza: la de la tranquilidad hacia el gozo sin pensar en nada más que la belleza, como un propósito inocente, pudo ser eterna alguna vez sin el hombre, ese animal que habita la tierra toda creyéndose el ombligo del mundo.
Pero basta una presencia, un ver, un segundo; allí, en aquellos mundos imposibles donde la muchedumbre del mar y sus abismos, para, al fin, poder uno reconocerse como fanfarrón, honesto -al menos- con su reconocible entonces nimiedad, su nada…
Una nada virgen, limpia, real; nunca impostada, ni inventada; no muerta, una nada liberadora, no como esta maldita, cruel, como la que me siento en este insoportable sur de todos los veranos; aquí, donde la vulgaridad, el ruido, el feísmo de tanto tatuaje, camisetas de tirantes agresivas y ordinarias; y chanclas, ruido de chanclas de goma por las esquinas pringosas de calores; ay!, esos excesivos modos y formas que me hunden en el lodazal de un desasosiego cruel; el de esta vida cotidiana donde la maldad eterna del hombre pareciera su única bandera…
Llevo ocho días en el Sur y aún sufro de jet lag…





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